Guayaquil rebelde

Octubre no huele a festejo, sino a rebeldía. El bicentenario de la independencia de Guayaquil llega en momentos adversos. Y no es que la gente no ame a la ciudad, pero cuando se tiene el estómago vacío, las deudas rebosantes y la desesperanza a flor de piel ¿quién puede pensar en las fiestas?

A 200 años de libertad, aún seguimos bajo el yugo de la inequidad, de las malas administraciones y ahora de la pandemia. Todos tenemos un conocido o vecino que tuvo que cerrar el local porque “ya no pudo más”, o el amigo que despidieron del trabajo porque “la cosa está fregada”, y que nadie se olvide de los que el covid y la desatención se llevó.

Guayaquil tiene el anhelo a trizas, pero la fe intacta, porque es de guayacos caerse 100 veces y levantarse 1000. De cada obstáculo hemos aprendido a hacer escalón para subir y salir adelante, de cada experiencia hemos alimentado la conciencia para no cometer los mismos errores; todos anhelamos mejores días, porque cuando uno está en desgracia lo que quiere es una mano que ayude y no que condene.

Somos luchadores por herencia, así que nada queremos regalado, exigimos que todos los derechos sean respetados, sin que importe el sector del que uno venga, porque las personas somos personas ante todo, tenemos valor y no precio.

Que la indignación y dolor se vuelvan resistencia, para que este bicentenario pase a la historia como una gesta más donde el pueblo guayaco le dijo basta a las cadenas de opresión y pobreza a la que nos han sometido por años el desprecio de unos cuantos. Que la rebeldía de Guayaquil se haga sentir en las urnas y destierre todo futuro político a aquel que a osado maltratarla.

¡Viva Guayaquil rebelde!

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